ESTADO IMPERIAL
Un Estado Imperial era una entidad territorial y política en
el Sacro Imperio Romano Germánico . Los gobernantes de un Estado Imperial no
tenían otra autoridad por encima de ellos que la del propio Emperador del Sacro
Imperio Romano Germánico y, además, poseían importantes derechos y privilegios,
incluido un alto grado de autonomía en el gobierno de sus territorios y de sus
asuntos particulares.
El Imperio Bizantino se caracterizó por tener una sólida
organización política. En ella, la máxima autoridad era el emperador o basileus
considerado delegado de Dios en la Tierra y, por lo tanto, una persona sagrada.
El imperio constituía, por esta razón, una monarquía teocrática.
El Imperio
Bizantino se caracterizó por tener una sólida organización política. En ella,
la máxima autoridad era el emperador o basileus considerado delegado de Dios en
la Tierra y, por lo tanto, una persona sagrada. El imperio constituía, por esta
razón, una monarquía teocrática.
El emperador tenía un poder absoluto en la
administración del imperio y en el ejército. Para aplicar su autoridad, el
emperador contaba con tres elementos fundamentales: la burocracia civil,
conformada por funcionarios que eran verdaderos profesionales de la administración
pública; el ejército, que era numeroso y estaba integrado por soldados de las
más diversas nacionalidades, y la Iglesia bizantina.
Las
relaciones entre el Estado y la Iglesia se caracterizaron por la indiscutida
superioridad del emperador con respecto al patriarca de la Iglesia bizantina.
Esta situación se denominó cesaropapismo, o sea, superioridad del césar sobre
el papa. Asimismo, era usual la intervención del emperador en cuestiones de
dogma religioso.
Derechos y privilegios
Los Estados Imperiales gozaban de varios derechos y
privilegios. Sus gobernantes tenían autonomía para regular sus propios asuntos
y los de su casa; en particular, se les permitía fijar normas relativas a la
herencia de sus Estados Imperiales sin interferencias del Sacro Imperio.
Después del Tratado de Westfalia (1648) pudieron firmar tratados y concertar
alianzas con otros Estados Imperiales e incluso con potencias extranjeras sin
el permiso expreso del Emperador. Sólo a los príncipes electores (y no a otros
príncipes) se les permitió ejercitar ciertas regalías, como el poder de acuñar
moneda, cobrar impuestos y peajes y el monopolio sobre las minas de oro y plata
de sus territorios
Los
problemas religiosos
La sociedad
bizantina era profundamente religiosa: todas sus actividades se encontraban
ligadas a la religión. Por ello, los enfrentamientos religiosos, que recibieron
el nombre de querellas religiosas, envolvían a todo el pueblo y creaban serios
problemas políticos. El Imperio Bizantino se vio a menudo dividido por estos
conflictos y disputas religiosas.
Una de las
querellas más serias fue la crisis iconoclasta en el siglo VIII. La crisis
iconoclasta marcó una profunda división entre quienes apoyaban la veneración de
iconos (imágenes religiosas) y quienes la prohibían. La gente solía acudir a
los monasterios para llevar ofrendas a las imágenes, buscando una respuesta
para sus preocupaciones.
Decidido a reformar la vida religiosa del imperio y a
reducir el poder de los monasterios, el emperador León III prohibió el culto a
las imágenes.
Al rechazar
las imágenes, el emperador se ganó la oposición de muchos fieles y también de
los monasterios, que perdían esa fuente de ingresos y de propaganda religiosa.
El culto a los iconos fue restituido a fines del siglo VIII.
Detrás de
los enfrentamientos estaban los patriarcas orientales, que ambicionaban
convertirse en jefes de una Iglesia nacional separada de Roma. Los patriarcas
eran los obispos de Constantinopla y, más tarde, se convirtieron en la cabeza
del sector oriental de la Iglesia.
Éste fue el comienzo de la rivalidad entre los
obispados de Roma y Constantinopla, y un antecedente de la posterior división
entre Occidente y Oriente.
La enemistad se mantuvo hasta el año 1054,
cuando se produjo el cisma de la Iglesia: la división de la cristiandad en
católicos apostólicos romanos (que obedecen a la Iglesia de Roma) y católicos
ortodoxos griegos (que obedecen a la Iglesia bizantina). La influencia
religiosa de Roma se extendió sobre toda Europa occidental, mientras que la de
Constantinopla abarcó una gran parte de Europa oriental, el Imperio Bizantino y
Rusia.
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