CIENCIAS SOCIALES- HISTORIA semana VI 20 MAYO 2020




ESTADO IMPERIAL

Un Estado Imperial era una entidad territorial y política en el Sacro Imperio Romano Germánico . Los gobernantes de un Estado Imperial no tenían otra autoridad por encima de ellos que la del propio Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y, además, poseían importantes derechos y privilegios, incluido un alto grado de autonomía en el gobierno de sus territorios y de sus asuntos particulares.

El Imperio Bizantino se caracterizó por tener una sólida organización política. En ella, la máxima autoridad era el emperador o basileus considerado delegado de Dios en la Tierra y, por lo tanto, una persona sagrada. El imperio constituía, por esta razón, una monarquía teocrática.


El Imperio Bizantino se caracterizó por tener una sólida organización política. En ella, la máxima autoridad era el emperador o basileus considerado delegado de Dios en la Tierra y, por lo tanto, una persona sagrada. El imperio constituía, por esta razón, una monarquía teocrática.
 El emperador tenía un poder absoluto en la administración del imperio y en el ejército. Para aplicar su autoridad, el emperador contaba con tres elementos fundamentales: la burocracia civil, conformada por funcionarios que eran verdaderos profesionales de la administración pública; el ejército, que era numeroso y estaba integrado por soldados de las más diversas nacionalidades, y la Iglesia bizantina.


Las relaciones entre el Estado y la Iglesia se caracterizaron por la indiscutida superioridad del emperador con respecto al patriarca de la Iglesia bizantina. Esta situación se denominó cesaropapismo, o sea, superioridad del césar sobre el papa. Asimismo, era usual la intervención del emperador en cuestiones de dogma religioso.


Derechos y privilegios


Los Estados Imperiales gozaban de varios derechos y privilegios. Sus gobernantes tenían autonomía para regular sus propios asuntos y los de su casa; en particular, se les permitía fijar normas relativas a la herencia de sus Estados Imperiales sin interferencias del Sacro Imperio. 

Después del Tratado de Westfalia (1648) pudieron firmar tratados y concertar alianzas con otros Estados Imperiales e incluso con potencias extranjeras sin el permiso expreso del Emperador. Sólo a los príncipes electores (y no a otros príncipes) se les permitió ejercitar ciertas regalías, como el poder de acuñar moneda, cobrar impuestos y peajes y el monopolio sobre las minas de oro y plata de sus territorios


Los problemas religiosos

La sociedad bizantina era profundamente religiosa: todas sus actividades se encontraban ligadas a la religión. Por ello, los enfrentamientos religiosos, que recibieron el nombre de querellas religiosas, envolvían a todo el pueblo y creaban serios problemas políticos. El Imperio Bizantino se vio a menudo dividido por estos conflictos y disputas religiosas.
Una de las querellas más serias fue la crisis iconoclasta en el siglo VIII. La crisis iconoclasta marcó una profunda división entre quienes apoyaban la veneración de iconos (imágenes religiosas) y quienes la prohibían. La gente solía acudir a los monasterios para llevar ofrendas a las imágenes, buscando una respuesta para sus preocupaciones. 

Decidido a reformar la vida religiosa del imperio y a reducir el poder de los monasterios, el emperador León III prohibió el culto a las imágenes.
Al rechazar las imágenes, el emperador se ganó la oposición de muchos fieles y también de los monasterios, que perdían esa fuente de ingresos y de propaganda religiosa. El culto a los iconos fue restituido a fines del siglo VIII.

Detrás de los enfrentamientos estaban los patriarcas orientales, que ambicionaban convertirse en jefes de una Iglesia nacional separada de Roma. Los patriarcas eran los obispos de Constantinopla y, más tarde, se convirtieron en la cabeza del sector oriental de la Iglesia. 

Éste fue el comienzo de la rivalidad entre los obispados de Roma y Constantinopla, y un antecedente de la posterior división entre Occidente y Oriente.
 La enemistad se mantuvo hasta el año 1054, cuando se produjo el cisma de la Iglesia: la división de la cristiandad en católicos apostólicos romanos (que obedecen a la Iglesia de Roma) y católicos ortodoxos griegos (que obedecen a la Iglesia bizantina). La influencia religiosa de Roma se extendió sobre toda Europa occidental, mientras que la de Constantinopla abarcó una gran parte de Europa oriental, el Imperio Bizantino y Rusia.




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